Hoy te he vuelto a sentir entre mis manos, tu tacto era el mismo, suave y áspero a la vez; como la rudeza de tus hombres.
Allí estabas tú, con ese olor tan especial y característico de hombre y
trabajadera. A tu lado tu fiel e inseparable morcilla, compañera y luchando junto ti, tantas y tantas batallas. Gracias a Dios, hasta ahora ganadas.
Cundo te sentía entre mis manos, mi mirada se fijó en otro punto, y allí estaba ella, enrollada como siempre, esperando proteger mis riñones, como la armadura al guerrero en otra pelea más.
Me transporté en el tiempo, y viví momentos tan especiales, íntimos y gozosos que solos los pueden vivir los que viven el anonimato bajo la oscuridad de un faldón.
Donde la
trabajadera nos iguala a todos por igual, sin distinción de clases, profesiones e incluso cultura. Todos ahí abajo somos compañeros e iguales, y el que no sienta eso, o se sienta superior a los demás, lo mejor que puede hacer es irse de debajo de los pasos, por que una de las mayores cualidades que necesita un costalero es humildad y honradez. Todos somos compañeros, y con ellos a la gloria o a la muerte. Que en Semana Santa por supuesto siempre es
glloria.
Y como tu Muralla no renuncia a su manera de trabajar y sentir las cofradías, si algún día alguien me recuerda en este mundo, que no me recueden por cuantas veces he caído, debido a las críticas de cuatro "listos",
sino por cuantas veces, cuando ellos venían a rastras y pidiendo paso largo, yo pedía "jerga" y "fiesta" a la pelea, y de vuelta este a levantado.
Me acordé de mi padre, como me daba la alternativa aquel Viernes, cuando tan solo era un chiquillo imberbe, pero me sobraban ilusión y ganas.
También me acordé de mi tío el Chino, que a sido y será siempre uno de mis maestros; que orgulloso tienes que estar, viendo como vuelve tu niño delante de los pasos, y más concretamente del Cristo de tus amores.
De mi tío
Paquito, de mi tío abuelo Vicente, tu eres el culpable de todo esto.
De mi
abuelita esperándonos en su balcón, como esa frase que me
dijeron,justo pasando debajo de tu balcón del cielo, que solo se vuelve a abrir, para ver pasar a sus niños en primavera, como costaleros, no se me va de la mente, "vamos
JuanFra, que tu abuela está llorando de alegría desde su balcón del cielo".
De mis capataces, de mi Asociación, de mis amigos Agustín e
Isa, de mi Mosca, de mi
Lolo Gómez, de mi
Paquito el
Montijano, aunque ahora más bien del Polígono y su novia
Isa, de mi
Luisma.
Y al final vinieron dos, mi Señor del Gran Poder y mi
Virgencita de la Soledad, por que por vosotros me hice costalero, y por vosotros me entró este bendito veneno. Que ser costalero no es solo devoción, también es oficio; ya que vas a por kilos, y los empujan el oficio. Como dice una persona muy querida por mí, "ese es el orgullo y el amor propio de un costalero".
Lo siento Papá, así nací y así
moriré, y nada ni nadie, me quita de mi Semana Santa.
Aquí os estoy esperando, y aunque me reventéis, os estoy esperando para ganaros la pelea un año más.