martes, 1 de marzo de 2011

Costales azul cielo

Cuando se suceden los días de febrero y aún con los rigores del invierno presentes, comienzan a aparecer las primeras convocatorias de costaleros, iniciando así la vuelta a unos de los más bellos y hermosos rituales. Reencuentro con las sensaciones de una tradición que tiene significado más allá de lo palpable, vuelta a una práctica marcada por el sabor de las costumbres pero pocas veces conocida en su intimidad. Sumar experiencias, manejando no sólo un oficio heredado de los siglos, conociendo y aprendiendo los valores que parecen en desuso, gestando una responsabilidad acompañada de la honestidad y asumiendo el compromiso por ser los pies de Cristo y María.

Pero hoy no vengo a relatar los mandamientos costaleros, esos de los que todos presumimos y que muchos olvidamos antes de sacar las zapatillas para la primera igualá del año. Porque hoy quiero llegar a los corazones de quien olvidó la condición de ser cirineo de Dios bajo una parihuela, vengo para concienciar de lo efímero de ese privilegio divino de compartir una misma fe siempre oculta en las trabajaderas.

Verán, la realidad de las entrañas de los pasos no se reduce ni al severo recogimiento de una devoción ni a la genuina afición de entregarse con elegancia a llevar en andas al Señor y a su Bendita Madre. Tantas noches en vela, bajo la frialdad de una desnuda parihuela, deben apoyarse en una familia de adopción, que se tornará añeja por el paso de los años, por la camaradería forjada a base de gestos, de ayuda, de emociones, de lágrimas, de chicotás ganadas para el recuerdo y fundamentalmente como fábrica inagotable de amigos.

Mi artículo de hoy no tendría sentido sin la triste experiencia que guardo en el cofre de las tristezas, donde miro cuando veo el vacío orgullo de muchos que intentan dar lecciones sin apenas haber abierto el libro.

Déjenme que les cuente la desdicha de “Curro”, costalero sevillano de “Las Aguas” y “Los Javieres” que ocupa ya un puesto bajo el azul faldón de las cuadrillas celestiales y quien me demostró su bondad una soleada tarde de Martes Santo. “Curro”, bombero de la Base Naval de Rota, perdió la vida en un desgraciado accidente de moto el pasado verano, llenando de angustia una familia pendiente de darle vida a la vida y dejando sus sueños en el asfalto. Su personalidad introvertida dejaba entrever una fidelidad infinita al dichoso privilegio de ser costalero. Nunca mostró un mal gesto y acudía en muchas ocasiones vestido de bombero (sacrificio que asumía de buena gana pues suponía el reencuentro con su gente). Una historia hermosa de compañerismo demostrado, entrega por el amor al costal y que no se pudo terminar de escribir, nos abandonó y nos dejó un hueco insustituible a tantos que compartíamos sus sueños.

No es habitual compartir pasos con distinto capataz en Sevilla y eso hace más particular y doliente mi artículo pues también ocupo un hueco bajo esas santas maderas que ya no podrá “Curro” ocupar…

Ejemplo de nobleza que nos sirve para apreciar y valorar la gloria de estar en las entrañas de un paso, lugar privilegiado donde deben encontrarse los sentimientos y los lazos de unión. Esencia que tenemos la responsabilidad de trasmitir a esas filas de chiquillos que se inician en estos días y a otros tantos que aún no fueron capaces de percibirla pese a los años. Mostrándoles experiencias como cimiento para ser costaleros leales fuera y dentro de los pasos, modelo a seguir aunque ya ocupen las trabajaderas eternas y vistan las ropas azul cielo.

Jorge Bernal Durán.

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